El trabajador presencialista

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Hace no poco tiempo uno de los problemas principales a los que se tenían que enfrentar prácticamente todas las empresas de cualquier tamaño era el absentismo.

Hoy en día, y después del estallido de la crisis y su posterior desarrollo para quedarse y no irse, muchos de estos trabajadores que antes faltaban a menudo a sus trabajos, ahora no se despegan de la silla, en la mayoría de las veces, siendo esto totalmente innecesario.

Si no nos da tiempo a terminar nuestras tareas durante la jornada laboral es que algo está fallando, y no por quedarnos dos horas más todos los días lo arreglaremos, sino más bien todo lo contrario, estaremos generando mal ambiente o bajará la productividad y otros muchos inconvenientes que detallaremos más adelante.

Es posible que falte formación, que el trabajador no esté preparado para ese puesto, o que la empresa hay diseñado mal el puesto de trabajo. Pero, más allá de las causas, ¿cuáles son las consecuencias de actuar de este modo, a qué nos estamos enfrentando con este comportamiento?

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  1. Baja la productividad. España es conocido por la gran cantidad de horas que nos pasamos en el trabajo y lo poco productivos que somos. Estos trabajadores presencialistas se pasan la mayor parte del tiempo charlando entre ellos, tomando café, mirando el móvil, navegando por internet, y cualquier otra actividad que no tiene nada que ver con su trabajo. Es muy necesario hacer pausas durante la jornada laboral y recargar las pilas, hacer un reset, pero a medida que estas pausas se alargan y multiplican, la productividad baja, se pierde el hilo y la motivación por las tareas que se estaban realizando y muchas veces tenemos que volver a empezar desde el principio, en lugar de retomar el trabajo donde lo habíamos dejado.
  1. Mayor consumo energético. En lugar de apagar las luces y el aire acondicionado/calefacción a las 18:00, todo esto sigue funcionando hasta después de 2 horas o más una vez finalizada la jornada laboral. Es destacable que algunas empresas empiecen a cortar el suministro eléctrico para PC, luces, etc.. a la hora en la que finaliza la jornada laboral.
  1. Mal ambiente entre los compañeros. Para una persona que cumple su horario y tiene siempre sus tareas y obligaciones al día, no es muy agradable ver cómo el resto de sus compañeros se pasan el día sin hacer nada, para que después se queden 2 horas más cada día y que sus jefes aplaudan con las orejas y alaben este comportamiento tan “responsable” y su “implicación” con la empresa.
  1. Se infravalora el talento a cambio de horas. No es necesario tener un gran talento, grandes conocimientos o una gran habilidad para realizar el trabajo. En una empresa con esta política presencialista se valora más al trabajador que regala todo su tiempo más que aquél que pone al servicio de la misma todo su talento y sus conocimientos.
  1. Conciliación familiar. ¿Qué conciliación entre vida familiar y laboral puede tener un trabajador que sale de su casa a las 7 de la mañana y llega a las 9 de la noche? Seguramente hay algunas personas que huyen de su vida familiar y no se quieren enfrentar a sus problemas personales, pero muchas otras se sienten obligadas a hacer esto todos los días.
  1. Menos felicidad y más estrés. Al pasar la mayor parte del día realizando otras actividades no relacionadas con el trabajo, la sensación de urgencia y agobio se apodera continuamente de estos trabajadores, ya que, lógicamente no tienen nunca tiempo para poder terminar su trabajo. Siempre parecen malhumorados, corriendo de un lado a otro como pollos sin cabeza.
  1. Al hilo del anterior punto, y los jefes al ver que el trabajo no sale adelante, aún a pesar de que sus trabajadores hagan horas y horas, esto puede acabar en malas decisiones como contratar a más trabajadores, incurriendo en un gasto innecesario, y haciendo así cada vez más grande la bola de nieve.

En cualquier empresa, todos sabemos que lo que mandan son los números, los objetivos de rentabilidad, número de ventas, EBITDA, …. cifras en definitiva. Erróneamente, muchas empresas meten en el mismo saco el número de horas que dedican sus trabajadores y no el número de ventas o los porcentajes de margen y rentabilidad que estos generan.

Otro gallo nos cantaría si trabajásemos por objetivos, si nuestros sueldos y contratos dependieran de que cada uno de nosotros cumpliera con su trabajo, pero no sólo en cantidad, sino también en calidad. Esto es muy difícil de medir ya que no sólo hay que tener en cuenta el trabajo del propio trabajador, sino también su entorno, el entorno de la empresa, su situación financiera y su competencia.

Para esto se desarrollan entrevistas de evaluación en muchas empresas, las cuales pueden ser muy productivas tanto para trabajadores como para empleadores. El problema de esto radica en que en muchas ocasiones estas entrevistas se cubren de forma automática a modo de trámite administrativo y esto así no sirve para nada sino para cubrir el expediente. Pero este es tema suficientemente importante como para tratarlo aparte. Por el momento ocupémonos de los horarios y la productividad como están haciendo otros países como Suecia. Aprendamos de los aciertos de nuestros vecinos.

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